Alba Nogueira

Comprender a fondo qué significa Economía Circular y cuáles son los retos que afronta, y cómo generar y gestionar posibles soluciones para ellos son los temas abordados en esta entrevista a Alba Nogueira, catedrática de Derecho Administrativo en la Universidad de Santiago de Compostela y co-editora junto a Xavier Vence, catedrático de Economía aplicada en esta misma universidad, del libro Redondear la Economía Circular: Del discurso oficial a las políticas necesarias.

«Economía Circular» es el nombre otorgado a un concepto que plantea la formulación de medidas de gran alcance que conduzcan a frenar el deterioro medioambiental del planeta y evitar así las graves consecuencias sociales y económicas que este tendría a medio y largo plazo. En síntesis, a garantizar un desarrollo sostenible.

Fredy Massad

Sin embargo, pese a la evidente urgencia de la necesidad de modificar radicalmente los actuales paradigmas de consumo (consistentes en extraer, producir, usar, tirar) y a que se trata de un concepto cada vez más instalado en el discurso y agendas oficiales y la sensibilidad de la sociedad, las iniciativas y directrices planteadas desde los organismos públicos carecen todavía de la coherencia y consistencia que permita la implementación a gran escala de políticas que conduzcan a esa profunda transformación de las vigentes dinámicas de producción y consumo.

«Consumir menos y alargar la durabilidad de lo que consumimos.»

¿Cuáles son los elementos clave para definir o comprender el concepto «Economía Circular»?

Frente al modelo de Economía Lineal – consistente en tomar recursos de la naturaleza, transformarlos y que concluye con la conversión de estos en residuos-, la Economía Circular plantea el establecimiento de recorrido en forma de círculo que posibilite la permanente circulación de los materiales de manera que, en la primera fase de producción, pueda reducirse el número de estos necesarios en ella, que después pueda alargarse su vida útil y que, por último, cuando esta concluye, esos materiales sean al máximo recuperables.

El concepto podría sintetizarse en dos puntos: consumir menos materiales y alargar la durabilidad de los recursos y productos que consumimos.

Es preciso entenderlo como algo distinto al concepto «reciclaje».

Exacto. Si únicamente nos quedáramos en la fase final, la de la recuperación y reutilización de los materiales, estaríamos únicamente dando otro nombre a la ya conocida política de residuos. Lo novedoso del concepto «Economía Circular» es que pone el foco en las dos fases anteriores: la de ecodiseño y producción y la de consumo de bienes.

Se trataría, por ejemplo, de hacer que para la producción de una botella se emplee la menor cantidad de material posible, tal vez obligando al productor a emplear una cierta cantidad de material reciclado para ello, y que, en la fase siguiente, la de consumo, esta botella sea retornable, lo que evitaría tener que gastar energía para volver a convertirla en plástico utilizable.

A fin de lograr prolongar la vida de productos o materiales y evitar que se conviertan en residuo es preciso que se establezcan políticas de re-uso, de readaptación (refurbishing) de un material o producto en un determinado momento, la reutilización de productos de segunda mano…

¿En qué se diferenciaría esto de las prácticas habituales que existían respecto al tratamiento de muchos objetos y materiales presentes en nuestra vida cotidiana hace sólo unas pocas décadas? Hasta hace sólo unas pocas décadas, los refrescos se comercializaban en botellas de vidrio que luego se retornaban, eran lavadas y rellenadas para volver a poner el producto a la venta; alimentos, como el pan que se había empezado a quedar seco, servían como ingrediente para preparar otro plato… Posteriormente, fue implantándose la idea de lo descartable, hasta volver casi inaceptable, como un reprobable signo de tacañería, no utilizar bienes y materiales de primera mano o “modernos”, de nueva generación. Hoy, aunque la sensibilidad colectiva respecto a las consecuencias que tiene el exceso consumista parece estar cambiando, la mayor parte de productos alimenticios aún siguen comercializándose dentro de recipientes plásticos y cuestiones como la compra de un nuevo electrodoméstico u ordenador no responden necesariamente al ansia por hacerse con el último modelo en el mercado, sino al hecho de que, ante el coste de una reparación, resulte más conveniente comprar un nuevo producto.

El consumismo es un elemento inherente al capitalismo. A lo largo del último siglo, y en las sociedades más industrializadas en particular, se impuso la idea de que era esencial estar produciendo bienes de manera constante para luego descartarlos a fin de mantener activa la economía. Hoy se está tratando de regresar a políticas que eran más sostenibles. En materia constructiva puede resultar chocante ver cómo materiales descartados se utilizan para elaborar otros elementos o readoptar ese tipo de políticas que, como efectivamente señalabas, antes eran muy habituales en los hogares, tales como convertir una lata en maceta o el somier de una cama en puerta de una finca, pero ambos casos son políticas sostenibles, ya que demuestran que no es necesario disponer de nuevos materiales e insumos en la economía para que las cosas sigan funcionando. Ese debería ser el camino, el cual claramente implica un cambio en el modelo de negocio para muchas actividades empresariales, puesto que una parte importante de su negocio ya no va a consistir tanto en vender nuevos bienes, sino más bien en reparar los que están en el mercado y que pueden tener una vida más duradera mediante recambios de piezas, reparaciones, etcétera.

Las políticas destinadas a incentivar la Economía Circular deben actuar en distintos frentes, como en evitar que en la fase de ecodiseño se introduzcan elementos que precipiten la obsolescencia programada, como sucede, por ejemplo, con los teléfonos móviles que van ralentizándose porque no pueden soportar las sucesivas actualizaciones, forzando así al usuario a adquirir uno nuevo. Respecto a esto, estamos ya viendo modificaciones en las políticas de ecodiseño que obligan a disponer de piezas de recambio accesibles durante un periodo prolongado de tiempo y que quizá deban complementarse con políticas fiscales específicas. En Suecia, por ejemplo, se aplican desgravaciones fiscales a las labores de reparación. Así, la reparación de un producto averiado compensa económicamente al consumidor. Este ejemplo ilustra claramente cómo las políticas de Economía Circular no son unívocas, sino complejas y que exigen actuar sobre muy diversos ámbitos.

«Deben implantarse normas que obliguen a reintroducir materiales ya utilizados dentro del ciclo productivo.»

Pese a los mensajes respecto a su sensibilización con el medio ambiente y el cuidado con los recursos que lanzan desde la publicidad, el planteamiento de la Economía Circular actúa en contra de los intereses de las empresas y sus dinámicas de producción.

Seguramente las empresas no van a adoptar este cambio de manera voluntaria, pero la cuestión clave es si el planeta es capaz de sostener toda esa actividad empresarial y si todos debemos pagar las consecuencias de sus conductas irresponsables. Para una empresa lo que priman son los beneficios, pero la realidad es que el planeta ya no puede soportar muchos más residuos y que hay también escasez de ciertos materiales, como muchos de los que son necesarios para hacer móviles o placas solares. No se puede desperdiciar el cuarzo o litio que se han utilizado en su elaboración, sino volverlos a introducir en el ciclo productivo, por eso es necesario que haya normas que obliguen a ello. Si no existe una normativa al respecto, es muy probable que muchas empresas prefieran recurrir a materiales nuevos, más convenientes desde el punto de vista económico en lugar de tomar uno reciclado que, en ocasiones, impone una serie de gastos para adaptarlo al ciclo productivo y que evitan que se convierta en un residuo. Es una cuestión compleja, pero la única vía posible para permitir al planeta seguir sobreviviendo a 200 años vista. Seguramente las dinámicas de mercado van a sufrir, pero hay que tener presente que también lo está haciendo el planeta. La situación es muy grave y va a exigirnos sacrificios a todos.

¿Cómo están planteándose esas normativas y, desde tu perspectiva de especialista, cuál es su efectividad?

Cuando la Unión Europea apostó por la estrategia de la Economía Circular focalizó determinados ámbitos de acción, es decir, determinadas políticas y determinados sectores, como la construcción, los aparatos eléctricos y electrónicos, la alimentación…Ámbitos en los que se entiende que la cantidad de desperdicio o residuos que existen son intolerables. Eso implica que los esfuerzos orientados a la implantación de la Economía Circular no vayan en paralelo en todos los sectores, sino únicamente en esos que son sectores-objetivo. Es en estos sectores en los que está invirtiéndose dinero destinado a la investigación y a promover cambios con el propósito de actuar de manera decidida.

A mi parecer, todas las medidas hasta ahora planteadas se encuentran aún en un estado muy incipiente. Digamos que esa política que está promoviendo la Unión Europea tiene más de bombo que de realidad práctica. Se está caminando hacia ese objetivo, pero va a llevar un tiempo. Por ejemplo, está previsto que la implementación de la nueva ley de ecodiseño se realice en 2030. No obstante, es un camino necesario para intentar limitar el impacto que tienen muchas actividades productivas.

«El primer ahorro es no construir.»

La historia de la construcción ha sido también durante muchísimo tiempo una historia de reciclaje de materiales. Los sillares romanos han servido durante siglos como material para la edificación, por ejemplo. La Revolución Industrial y la llegada del siglo XX imponen la demolición y una construcción ex novo. Puestos en la actualidad y más allá de la normativa existente, ¿cómo ves posible seguir edificando para poder dar respuesta a la evidente necesidad social de viviendas? ¿Cómo pueden empezar a pensarse soluciones realistas y factibles en el ámbito de la construcción?

La llamada «renovation wave» dentro de las políticas europeas, relacionada con la renovación de edificios, tiene mucho que ver con la Economía Circular. Existe una gran cantidad de superficie construida cuyo uso es ineficiente o directamente inexistente. Hay un gran número de viviendas vacías, viviendas que se encuentran en un importante estado de deterioro y viviendas construidas en la década de 1960, de gran superficie y un abundante número de habitaciones para acoger familias integradas por un matrimonio y cuatro o cinco hijos, las cuales no se adaptan a la situación demográfica y social de la actualidad, con familias monoparentales o parejas con uno o dos hijos. La perspectiva más circular sería no construir más, sino renovar ese parque de viviendas. Esa sería la primera decisión, la cual debería, por supuesto, acompañarse de medidas fiscales: presionar a quien no pone sus viviendas en el mercado, diseñar políticas de ayudas públicas para la rehabilitación de viviendas en estado de deterioro…

En Holanda se está ensayando la modularidad de las viviendas; es decir, hacer que el espacio y disposición de la vivienda pueda ir adaptándose a las distintas necesidades que sus habitantes tendrán a lo largo de su vida. Es evidente que una pareja que inicia su vida en común no vive de la misma manera que una persona mayor viuda, que vive sola. Es un ejemplo de políticas que podrían caminar en esa dirección de circularidad.

Y respecto a los materiales, como ya he señalado, es importante que haya políticas de innovación, que planteen qué posibles usos pueden dárseles.

El ámbito de la construcción se rige según las reglas de la economía de mercado. Como comentabas que sucede con empresas dedicadas a otras actividades, también para la construcción será un reto a afrontar la modificación profunda de sus criterios y dinámicas mediante regulaciones estrictas.

La crisis energética está imponiendo que se tomen medidas obligatorias y la Unión Europea aprobó en su normativa energética de 2018 el siguiente principio: el primer ahorro es no construir. La cuestión es que primero hay que hacer una organización urbanística desde la premisa de evitar ampliar los ámbitos necesitados de energía, ya que todo va unido: si la ciudad se amplia, se consume más territorio y además es indispensable más energía. Todo debería plantearse en esa dirección de una manera plenamente coherente.

Surge entonces el riesgo de un desequilibrio, ya que las necesidades sociales pueden hacer necesario que la ciudad crezca, algo que, como acabas de señalar, supone incrementar el uso de energía y del consumo de recursos. La rehabilitación, como sustituto de la construcción de nueva planta, puede a veces suponer un mayor gasto de energía y recursos. Y también es preciso tener en cuenta que la necesidad de viviendas pide soluciones urgentes y de buena calidad. ¿Cómo se plantea específicamente dentro del ámbito de la construcción el establecimiento de ese equilibrio?

Como antes decía, estamos ante una gran cantidad de situaciones que no son unívocas, sino que tienen diferentes ‘patas’.

Hay propietarios que prefieren tener vacías, infrautilizadas y deterioradas sus viviendas, pero el comportamiento de esos propietarios será otro si se impone un gravamen fiscal importante a esas viviendas. Otra cuestión relevante a valorar es que es difícil actuar ante la urgencia de la vivienda con nuevas construcciones, ya que se trata dar una respuesta que se concretará a cuatro años vista. Para dar una respuesta a la emergencia social de la vivienda es necesario hacer una combinación de políticas, pero necesariamente hay que movilizar las viviendas que ya están hechas, que es lo que llevó a cabo el Ayuntamiento de Barcelona en su anterior mandato: construyó nuevas viviendas, pero a la vez compró viviendas vacías, facilitó suelo municipal a cooperativas para poder construir a corto plazo y sin que fuera precisa una operación inmobiliaria…

Analizando la situación desde otra perspectiva, también cabe preguntarse por qué la sociedad tiene que costear las infraestructuras necesarias para poner en marcha un nuevo barrio, obligados por los propietarios que tienen las viviendas vacías. Quizá las penalizaciones debieran concentrarse en ese punto: si es necesario construir un nuevo barrio porque hay 4.000 viviendas vacías, entonces esos propietarios serían quienes debieran responsabilizarse del coste de esa construcción, en lugar de que ese gasto recayera en el conjunto de la sociedad. No hemos de olvidar que los desarrollos urbanísticos no sólo tienen unos importantes costes económicos, sino también medioambientales.

La idea de la rehabilitación y el reciclaje está cada vez más interiorizada entre los arquitectos, pero es evidente que son muy necesarias normativas que favorezcan la priorización de estas acciones sobre la construcción de nueva planta o redefinan los criterios que justifiquen a estas últimas.

No es una política de un solo plano ni una sola medida. Es difícil que un ayuntamiento deniegue una licencia de construcción si la normativa lo permite. Por eso, los mensajes que deben venir “de arriba” son que un ayuntamiento debe ser responsable de reducir las licencias de construcción porque van a concretarse otras alternativas. Es preciso también que los constructores tomen conciencia de que esa será una actividad penalizada, pero que va a mejorarse el tratamiento fiscal de la rehabilitación. Sin embargo, hay que tener presente que ese tipo de políticas ¿es? de carácter estatal, no municipal. De ahí que el planteamiento de la Economía Circular deba ser una visión que todo el mundo comparta a fin de que todas las piezas del puzle acaben encajando.