Ángela Juarranz es arquitecta por la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Madrid. En 2012 fundó Estudio Juarranz, con oficinas en Madrid y Soria. Su labor  integra la práctica, la docencia y la investigación teórica de la arquitectura.

Pertenece a esa generación que comenzó su andadura profesional durante la reciente crisis económica, y que está demostrando con firmeza que es posible plantear y hacer las cosas desde otras perspectivas. Arquitectos muy jóvenes pegados a una realidad a veces incómoda, pero con la que están decididos a entenderse.

¿Qué te condujo hacia la decisión de estudiar Arquitectura?

Entraron en juego tres factores que me llevaron hacia ello. Por un lado, mi proximidad al dibujo, al arte y los temas más relacionados con la materia. Por otro, había vivido la arquitectura muy de cerca en mi entorno familiar. Y, finalmente, el hecho de que a comienzos de los años 2000 la arquitectura era un espacio próspero, o al menos esa era la percepción que existía de ella entre la sociedad, por eso parecía que iniciarme en este mundo auguraba un futuro fecundo, que lo está siendo, aunque quizá no en el sentido en que lo imaginaba entonces.

Cuando comencé mi carrera en 2005 se percibía claramente que existían muchas posibilidades para el arquitecto. Mis profesores más jóvenes ganaban un concurso y comenzaban su andadura profesional, lo cual generaba muchas expectativas entre quienes éramos estudiantes. Para 2012, cuando finalicé mis estudios, toda la situación había cambiado bastante y en parte eso ha hecho que nuestra dedicación profesional se haya amoldado a diferentes escalas y proyectos de muy diversas características.

Foto Adrián Vázquez

Tu generación ha experimentado de una manera muy particular todo ese vuelco que la arquitectura sufrió como consecuencia de la crisis económica de 2008. Como bien dices, entraste en la universidad en un momento en que titularse como arquitecto era garantía de un solvente futuro profesional y, sin embargo, la concluiste dentro de un panorama enormemente incierto en muchos sentidos. No obstante, ¿consideras que esta situación ha permitido abrir la oportunidad a cambios positivos y que eran de algún modo necesarios? Un momento de crisis siempre es potencialmente un momento para la reflexión y la autocrítica.

Uno de los principales aspectos en positivo que señalaría es el de aprender a valerse en diversos campos y ámbitos de trabajo. También hay que saber ser muy perspicaz respecto a qué ofreces como arquitecto, ya que hay mucha competencia y pocas inversiones y los productos deben ser muy específicos e innovadores. Esto hace que debamos ser muy propositivos y planteemos ideas muy concretas y adecuadas para brindar una solución satisfactoria al cliente, que a menudo no tiene una concepción muy clara de aquello que está solicitando. Frente a ese aprendizaje, también es cierto que el panorama actual nos sumerge en una gran precariedad.

Tu campo de acción es muy amplio: diseño de exposiciones, proyectos de vivienda individual y colectiva, proyectos urbanos… ¿Qué aspectos reconoces como constantes de tu trabajo, elementos que identificas siempre presentes sea cual sea la naturaleza del proyecto que llevas a cabo en tu estudio?

Al final entendemos todo como una misma historia, un gran poema compuesto por poemas breves, donde no efectuamos distinciones entre unos trabajos y otros. Es cierto que una exposición es algo distinto a una rehabilitación, que a su vez es distinta a la construcción de una obra de nueva planta, lo cual es diferente a plantear una transformación urbanística. Hay requisitos y normativas que exigen amoldarse a unas realidades y en ese sentido sí que percibimos bastante similitud entre los trabajos que realizamos en el estudio. Igualmente, el ir al detalle o el compromiso con cada uno de los clientes es siempre el mismo y otorgamos una importancia similar a todos los temas.

¿Cómo encaras el arranque de cada proyecto?

Busco que sea enriquecedor y a la vez que ofrezca una vía económica posible. Nos interesa pensar en los diferentes usos que se le pueden dar a largo plazo, que todo lo empleado sea reutilizable y reciclable (especialmente en los diseños de exposición, que son propuestas de temporalidad muy limitada), que todo esté modulado y estandarizado. Son objetivos ligados a una preocupación por la sostenibilidad. Después hay un objetivo a futuro: que cada uno de estos proyectos contribuya a formar una línea sólida. Como antes decía, mi generación apenas tiene capacidad de seleccionar los encargos que desea tomar durante los diez primeros años de su trayectoria; son los estudios más maduros los que pueden definir ese camino más concreto. Esa especialización es algo que yo considero deseable para nuestro estudio.

¿Sientes que ya es un estadio al que os estáis aproximando?

Seguramente para las generaciones previas ese momento llegase antes y para cuando tenían 40 años ya gozaban de una carrera especializada y consistente. Ahora mismo tardaremos más debido a la situación que nos acompaña, aunque confío en que dentro de unos años podamos sentirnos más libres.

Nada más lejos de mi intención que romantizar la crisis, porque considero que fue un golpe durísimo para toda la profesión; no obstante, creo que, desde esa cierta verdad que encierra el dicho «no hay mal que por bien no venga», ese golpe ha sido un revulsivo para que la arquitectura se baje de ese pedestal en el que estaba aupada y el arquitecto reconozca otras vías desde las que es posible aplicar su conocimiento y ejercer así su profesión. Tal vez es algo que renueve y ayude a fortalecer y mantener activos los reflejos y la energía que el arquitecto necesita para estar en contacto con la sociedad y saber trabajar y proponer eficientemente para ella.

Eso es cierto, ahora estamos en estado de alerta constante para ofrecer soluciones más optimizadas a la sociedad. También es posible destacar beneficios de la combinación de encargos. El trabajo en una vivienda puede abarcar dos años, mientras que el diseño de una exposición se resuelve en un periodo de entre seis y doce meses. Esos tiempos solapados y el equilibrio de ingresos que proporciona, genera mucha estabilidad. Igualmente resulta algo más fructífero en el día a día del funcionamiento del estudio.

Tus figuras de referencia proceden de territorios muy diversos, no sólo de la arquitectura. ¿A quiénes señalarías como protagonistas de ese bagaje intelectual desde el que hoy practicas la arquitectura y ejerces la docencia?

Es curioso, porque, a medida que voy avanzando en mi propia trayectoria, las figuras que considero referencias distan cada vez más de la arquitectura. El arte y figuras como Robert Smithson o Gordon Matta-Clark me inspiran más que otras pertenecientes a la disciplina de la arquitectura. La radicalidad y la personalidad con la que actúan sobre aspectos que nos afectan, sobre todo a nivel urbano y de territorio, resultan mucho más transgresoras de lo que proponemos los arquitectos, por esa razón son para mí figuras muy motivantes.

Durante mis años de estudiante me inspiraban las obras más sencillas de Herzog & de Meuron y de Lacaton & Vassal, pero, como digo, a medida que voy avanzando comprendo que es necesario tomar distancia para poder actuar de una manera más crítica y global.

¿Qué te motivó a emprender el trabajo de escribir Environment, este libro donde examinas toda una serie de teorías y acciones propuestas desde la contracultura por referentes como György Kepes, Kevin Lynch, Stewart Brand o R. Buckminster Fuller y los trabajos de Robert Smithson, Gordon Matta-Clark, Reyner Banham y Juan Navarro Baldeweg?

Es parte de mi tesis doctoral. Algunos de los temas de los que hablo en él pude investigarlos en Nueva York de primera mano y sentía que relatarlos y darles forma en un breve libro iniciaba una vía para poder repensar la arquitectura, con unos ojos mucho más abiertos.

Hay también un componente de divertimento. A menudo tomamos la arquitectura como algo serio, invadido por todas esas cuestiones normativas y exigencias a las que antes aludía, pero creo que también va de mantener una ilusión, radicalidad o diversión que nos haga repensar la disciplina. Por eso, el hecho de seleccionar esas pequeñas historias me parecía una manera de aproximarnos a ver con una mirada nueva la arquitectura.

¿Crees que actualmente el ámbito de lo que se entiende como «arquitectura» está demasiado constreñido o limitado a la construcción, que no se da verdaderamente lugar a esa capacidad reactiva y revulsiva que pueden poseer las propuestas hechas desde la perspectiva artística sobre espacio, territorio, materia y otros conceptos que guardan relación con ella?

Los arquitectos estamos muy condicionados por todos los requisitos que se imponen a la construcción, y que cada día son más, mientras que los artistas actúan fuera de esas reglas. Esa posibilidad de transgredir y de ser ajenos a esos aspectos les otorga una ventaja.

Observando el trabajo de figuras como Robert Smithson y Gordon Matta-Clark, así como el de los otros artistas y arquitectos que analizas en tu libro Environment, parece confirmarse que décadas atrás existía una solidez en la transgresión que es difícil percibir en propuestas artísticas actuales explorando las cuestiones del espacio y el territorio. Creo que, si echamos un vistazo a la historia desde una perspectiva no lineal, encontramos en décadas y siglos pasados propuestas que nos hablan con más radicalidad, libertad y fuerza revulsiva que muchas más cronológicamente próximas, ¿estarías de acuerdo?

Esta es una cuestión interesante. Es cierto que siempre se dan trasvases de una disciplina a la otra, aunque sin perder de vista que el artista es artista y el arquitecto, arquitecto. La arquitectura intenta a veces realizar acciones e instalaciones que tienen menos alcance que las que lograron estos artistas, las cuales formaron parte de la historia de Nueva York, transformándola u ocupando edificios industriales que generaron un nuevo modo de vida en Manhattan. Es decir, iniciaron ciertos pasos o cambios a los que parece que nosotros, los arquitectos, todavía seguimos algo ajenos. Las cosas ahora están complicadas para concretar propuestas en ese sentido, las regulaciones lo dificultan.

Foto Dolores Iglesias

¿Estamos en un mundo que dificulta traducir a la arquitectura conceptos o ideas venidos desde este ámbito más osado del arte? Te planteo esta pregunta no sólo por esas dificultades que una regulación muy estricta puede plantear para la experimentación o introducir una cierta heterodoxia en las propuestas a las que antes hacías mención, sino también porque tengo la impresión de que, tras la crisis de 2008, como una reacción a los despilfarros y grandilocuencia arquitectónica de los años previos, se ha instalado una especie de censura y rechazo a toda propuesta que implique una cierta audacia.

Muchísimas leyes afectan a la vivienda, la construcción y la arquitectura en general. Sería muy importante tratar de compatibilizar y lograr un equilibrio entre las leyes y las maneras de hacer, que últimamente parecen estar demasiado alineadas: todos adoptamos formas de construir similares, y parece que estamos influenciados por las mismas referencias. Sería conveniente encontrar ese equilibrio entre nuevas maneras de proyectar, con otro alcance, sin que se pierda ese rigor ecosistémico que es tan pertinente a la vez.

En mi opinión, muchas de esas instalaciones y planteamientos que hoy vemos en bienales y acontecimientos similares son versiones o imitaciones muy descafeinadas de esas acciones. Supongo que se trata de la bien conocida dinámica de apropiación o asimilación de lo alternativo dentro del mainstream. ¿No estamos incurriendo también en una domesticación de la transgresión? Volviendo a Smithson y Matta-Clark, vemos ejemplos de individuos que operaban ignorando, y desafiando así, las limitaciones impuestas por las leyes, normativas… Sus propuestas eran también en esencia un enfrentamiento a la existencia de reglas y la falta de cualquier temor a destruirlas. 

Sí, nos hemos vuelto obedientes y conservadores en ese sentido. Quizá sí es cierto que debemos romper las reglas y dar un paso más allá, porque todo lo que ellos hacían iba completamente fuera de cualquier supervisión política.

¿Crees posible cambiar a corto plazo esa deriva de un mundo controlado en el que la actividad presuntamente radical es una forma más de transmitir los mensajes del poder establecido? Y una forma sumamente inofensiva.

No sé si hay vuelta atrás. Personalmente, siento cada vez más que esta capa de diferentes niveles de control se incrementa. No sé en qué momento vamos a poder romperla y salir a flote. Yo suelo tener una actitud muy positiva y quisiera poder afirmar que eso será posible, que haya acciones radicales con las que salir a la calle y transformar por completo el bienestar y las perspectivas de la ciudadanía, sin embargo cada vez debemos pasar por más aprobaciones externas.

¿Vale la pena sin embargo seguir intentando generar acciones que provoquen, que no sean inofensivas, transgredan y ayuden a abrir y hacer crecer el conocimiento?

Sí, sin la menor duda. Habría que esforzarse para lograr que las instituciones fueran más abiertas y permeables, que nuestras acciones sean transgresoras con una motivación más consistente. También el ciudadano tendrá que tener una actitud más participativa y saber que la calle pertenece a la ciudadanía y que por eso cada habitante debe ser colaborador de estas acciones. Debemos buscar las maneras de hacer todo esto posible.

Foto Miguel Fdez-Galiano

Desde tu actual posición de docente, ¿cómo percibes la actitud con la que hoy los jóvenes alumnos entran en la escuela de arquitectura y de las expectativas que tienen respecto a su futuro?

En mi opinión, son conscientes de las dificultades. Además, en la docencia, los programas que se promueven se alejan del diseño de un centro de congresos, un ejercicio clásico hace 20 años. En la actualidad se plantean programas más abiertos o de diferentes escalas, programas que incentivan la vivienda…Esto hace que los alumnos salgan mucho mejor preparados de la escuela.

Es también singular el propio alumno, ya que actualmente la capacidad de motivación y concentración es muy baja y es necesario fortalecerla. No se trata solamente de con qué se les enseña, sino cómo se les motiva. Es necesario inculcarles una necesidad crítica y también poética, cultural…que les influya y que les dé rienda de una manera propositiva, que incentive una fuerza mayor a la que normalmente se ve en las aulas. La tecnología y todos los estímulos que nos invaden han reducido nuestra capacidad de concentración para leer, escribir y atender a otros componentes de la vida.

También el creciente desconocimiento sobre la historia. Tu libro plantea una mirada sobre décadas pasadas para reivindicar la vigencia de ideas y actitudes. Me parece muy preocupante que esa ignorancia sobre la historia, sumada a esa aceleración y desconcentración a la que acabas de hacer referencia perjudique la capacidad y posibilidades creativas de los estudiantes, futuros arquitectos.

Estoy de acuerdo. Debemos proporcionarles una visión histórica y también una mirada atenta a lo que sucede hoy en día. La perspectiva histórica no atañe solamente a aspectos de carácter artístico, sino que a veces esa falta de conocimiento afecta también al de los propios referentes de la arquitectura. Creo que son necesarias pequeñas píldoras casi diarias para inyectarles esa pasión hacia lo que sucedió en el pasado y lo que está sucediendo en el presente y más allá de su propio ejercicio, el cual al final constituye algo puntual y mínimo para lo que puede ser la totalidad de su educación.

Foto Miguel Fdez-Galiano

¿Cómo retratarías a tu generación? ¿Veis un futuro posible en tu generación o adviertes un cierto desánimo o impotencia?

Creo que nuestra posición es crítica, entendiendo esta palabra en un sentido doble. Por un lado, tenemos una capacidad de juicio muy fuerte. Hemos agudizado una capacidad crítica que nos hace conscientes de las incongruencias y dificultades del momento y eso nos ayuda a tomar una posición concreta a la hora de elaborar los proyectos. Por otro lado, tenemos una posición crítica porque vamos a la par que las crisis: la crisis financiera y los años de recesión que causó, la crisis sanitaria, la crisis energética…. Con todo, hemos aprendido de la situación y somos capaces de revertir las dificultades en oportunidades. Lo que percibo desde una mirada personal es que nuestro alcance o impacto es acotado. Seguramente contamos con el apoyo de generaciones mayores y de algunas instituciones que intentan abrirse e integrar a los arquitectos más jóvenes. Por otro lado, para proyectos de cierto alcance, resulta positivo un apoyo gubernamental o institucional que permita el acceso a los arquitectos jóvenes. Confío en que pronto alcancemos una posición próspera en todos los niveles y ámbitos de la profesión.