FRANCISCO MANGADO
Fredy Massad
Esta conversación con Francisco Mangado tuvo lugar en el marco del VII Congreso Internacional de Arquitectura organizado por la Fundación Arquitectura y Sociedad, creada por él en 2008. Bajo el título «Controversias urbanas», este encuentro se celebró a finales del pasado año.
Mangado no es únicamente uno de los arquitectos más relevantes de su generación, sino también una figura firmemente comprometida con el presente de la arquitectura. Sus reflexiones son una mirada crítica y severa, pero a la vez constructiva, a este presente.
¿Cuáles son las controversias urbanas actuales que identificas con mayor claridad y que han dado nombre a este último congreso organizado por la Fundación Arquitectura y Sociedad?
Existen muy distintas opiniones. El concepto «controversias urbanas» venía de hecho a reflejar las propias controversias que nosotros albergábamos respecto a la importancia de este asunto y que finalmente se han sustanciado en tres temas: el medio ambiente, la densidad y la vivienda, aunque podría haber abarcado sin duda otros muchos más.
De todas esas controversias, a mí me preocupa particularmente una que se deriva de la sensación dejada en las anteriores ediciones del Congreso, en las que la perspectiva que se ha ofrecido de la arquitectura y la ciudad era esencialmente la europea. No puedo quitarme de la cabeza una observación efectuada por Joan Clos sobre el presupuesto del que disponía para inversiones en infraestructuras urbanas el alcalde de Mombasa (Kenia): ¡la cantidad anual era únicamente de un euro por persona! Cuando le hablábamos sobre la ciudad circular, este alcalde nos respondía, con ironía amarga, que era algo que practicaban a diario, ya que se comían su propia basura. Ambos detalles me dejaron absolutamente impresionado. Nosotros seguimos el discurso de la ciudad desde el concepto de ciudad europea, con el que es necesario ser críticos, por supuesto, pero que nos mantiene dentro de una visión demasiado ensimismada. En el fondo, la ciudad europea es una ciudad de gran lujo si la comparamos con el 80% o el 90% de las ciudades del mundo: lugares donde no se puede hablar de infraestructuras públicas ni servicios; donde la polución está íntimamente ligada a la necesidad de un desarrollo que, durante mucho tiempo, ha sido coartado por los países ricos; donde la gobernanza y la corrupción es desastrosa… Por todo ello me parecía interesante organizar un congreso en el que el tema fuera la ciudad en general y se presentara esa controversia entre las ciudades que realmente representan la mayoría del mundo y la ciudad europea.
Tomemos por ejemplo el tema de la polución: en Europa estamos, todavía discutiendo sobre la cuestión del coche eléctrico. No resto importancia a esta discusión. Recientemente, cuando he estado en Ciudad de México, me he preguntado quién controla toda esa contaminación que se está produciendo en un país que, a su vez, necesita crecer en términos industriales – es decir, de consumo de recursos, de gestión de vertidos, que carece de energía limpia y cuya prioridad es alimentar a la población-. Este es un ejemplo que pone de manifiesto la existencia de contradicciones y controversias muy destacadas. Por eso, el título del Congreso, tenía que ver con todo esto.
Podría decirse que, de todos los celebrados hasta la fecha, este es el congreso menos ‘arquitectónico’, en el que sobre todo predominan ponentes procedentes de otros ámbitos.
Me parecía necesario hacer un congreso muy abierto a opiniones de arquitectos y de sujetos pensantes que proceden de distintos ámbitos también con responsabilidad política en la ciudad. Consideraba importante escenificar esa diversidad, algo que no ha sido fácil, pero que la excelente labor de Joan Clos y su equipo ha permitido llevar a cabo. Tengo confianza en que el resultado logrado será muy sustancioso. De todas formas, mi deseo hacia el futuro es seguir ahondando en este tema.
Los arquitectos nos teníamos por aquellos que dibujaban la ciudad; de algún modo, los ‘dioses’ de la ciudad. Soy de los que creen que el arquitecto tiene un papel extraordinariamente importante en la ciudad, porque es cierto que somos quienes la dibujamos; no obstante, ese dibujo no puede ser fruto de una aproximación superficial o, aún peor, de una trasposición directa de ejercicios formales. La ciudad es algo infinitamente más complejo. Y si en algo tiene sentido el concepto de la interdisciplinaridad, tan mal utilizado hoy en día, y que por otra parte ha estado siempre presente en la historia de la ciudad, es precisamente en relación con un conocimiento previo más vasto y complejo, muy deseable para poder dibujar la ciudad.
Haber convocado a tantos conocedores de otros campos supone también una llamada de atención por nuestra parte. Ha sido una toma de posición activa el renunciar a nombres propios y célebres y dar un salto que quizá hubiéramos debido dar antes a favor de la lucha de las ideas y no tanto del discurso centrado en cuán famoso es el invitado.
¿Crees que hemos llegado al punto en que hemos comprendido que esa figura del arquitecto renombrado, aupado en un prestigio quizá únicamente concedido por la fama, finalmente tiene muy poco que aportar?
Sin la menor duda. Quienes pertenecemos a ese mundo de los digamos, «arquitectos de escenario», ya no tenemos mucho que decir. Creo que es necesario buscar arquitectos que, dicho coloquialmente, estén más metidos en el fango. Aunque hay que ser prudentes, ya que muchos de estos arquitectos acaban participando en las dinámicas del mercado y el espectáculo a partir de un discurso de la arquitectura ocurrente y poco disciplinario. He preferido por eso que a este congreso asistan expertos de otros ámbitos: economistas, sociólogos…Profesionales que nos aporten desde otra perspectiva del pensamiento, y que no necesitan destacar en un escenario.
Estos conceptos populistas o ‘pobristas’ se han convertido de algún modo en muchos casos en el nuevo argumento para una arquitectura del espectáculo.
Estoy de acuerdo. No dejan de ser una especie de ejercicio comercial más, en esta ocasión basada en lo pobre y en lo social. Pero una pobreza que, a la postre, acaba siendo superficial, un estilo más destinado al consumo del mercado. Es una idea falsa. Lo que verdaderamente quieren quienes habitan la realidad de ese mundo idealizado por estos arquitectos es salir de él, tener una vivienda y un hábitat digno, y les importan muy poco las veleidades caligráficas.
¿Sería necesario un mayor grado de autocrítica entre los arquitectos para dejar de sucumbir una y otra vez en modas o tendencias de este tipo? No sólo una autocrítica hacia toda la profesión, sino también una autocrítica personal.
Es difícil escapar a esas inercias. Lo digo como alguien que está inmerso en esa realidad, consciente de ser seguramente uno de esos «arquitectos de escenario». Creo que la Fundación Arquitectura y Sociedad me sirve como instrumento y escenario para escapar de una realidad de la que quizá es más difícil salir haciendo solamente objetos.
Y regresando al tema de la ciudad, ¿cuáles crees que son los principales cambios que deben producirse?
Es importante que distingamos entre tipos de ciudades. Si hablamos de Mombasa, hablamos de primeras necesidades, de una ciudad donde los cambios necesarios habrían de proceder de numerosas inversiones en infraestructuras de todo tipo que el país no puede financiar. Si hablamos de ciudad europea, creo que nos encontramos ante una ciudad bastante equilibrada, pese a los perímetros y zonas marginales, a las disfuncionalidades y desequilibrios sociales que todavía existen.
Aun así, ¿identificarías algún tipo de problema en esta última?
Uno es claramente la movilidad, y no solamente desde un punto de vista de la contaminación y el consumo energético, sino también de la integración: permitir los accesos rápidos y fáciles de zonas más o menos periféricas, más pobres, a centros dotaciones de servicios y de importancia, situados en áreas más céntricas es fundamental. En ese sentido, se trataría de plantear una evolución gradual, una transformación de la ciudad existente. Pasar de una concepción de ciudad basada en centro y periferia para pasar a una concepción más policéntrica. Centros que se van a ir redimensionando de manera gradual, pero siempre manteniendo una cierta jerarquía. Ese sería un buen mecanismo de solución al crecimiento, incluso desde una perspectiva territorial, pero para eso es necesaria una red de buenas infraestructuras de comunicación.
Por otro lado, no podemos seguir viviendo en un mundo donde se incrementa la brecha entre ricos y pobres. Es importante abordar la política económica y social. Es momento de recuperar la ciudad como mecanismo para equilibrar esa desigualdad mediante la construcción de buenos espacios públicos, dotaciones, mejores viviendas… En ese sentido, la introducción de nuevos sistemas técnicos de construcción, como la industrialización, aparece como un camino muy importante. La tecnología es un paso adelante que puede incorporarse a la ciudad, pero teniendo siempre muy claro que la tecnología es un medio y no un fin. Se trata de hacer mejor arquitectura y mejor ciudad.
La política de vivienda es también esencial. Es fundamental una gestión público-privada porque lo público no es capaz de resolver los problemas de vivienda por sí mismo, y no se debería dejar tampoco a lo privado abordar este tema desde un punto de vista exclusivamente especulativo. Funcionar en un elevado porcentaje a través de la gestión público-privada significa que es necesario planear la ciudad fijando líneas y objetivos, haciendo que lo público posibilite inversiones privadas y lo privado tenga en cuenta que deben hacerse concesiones a la dimensión esencialmente pública de la ciudad, a lo colectivo.
¿Cómo valoras propuestas del tipo «ciudad de los 15 minutos»?
Lo cierto es que me parece básicamente un eslogan. Es común sentir la tentación de resolver los problemas complejos con eslóganes. No es un mal eslogan y está expresando una voluntad, pero no pienso que los problemas que hoy tienen las ciudades europeas vayan a quedar resueltas con el objetivo de lograr que todo lo encontremos a nuestro alcance dentro de un determinado radio. Por otra parte, esto no resuelve todos los problemas y, además, la ciudad es lo suficientemente rica y compleja como para que merezca la pena ir más lejos dentro de ella.
Me interesa más ese concepto que señalaba anteriormente de una ciudad policéntrica, pero es algo que implica una gran transformación estructural hoy únicamente al alcance de unos pocos. Solamente el problema de una viabilidad eficiente y no contaminante requeriría de unas inversiones tecnológicas para las que dudo que estemos bien preparados en este momento.
Tenemos el ejemplo de Alemania, el país europeo con más puestos de carga para coches eléctricos, pues dispone el equivalente al 8% de la totalidad de la capacidad de coches del país. Si todo ese volumen de coches se conectase a la red simultáneamente, dicha red colapsaría. Es necesario realizar muy grandes inversiones para construir nuevas redes. Y el problema medioambiental es clave, eso es indiscutible.
¿Se está planteando correctamente ese problema?
Me preocupa que haya medidas que están dirigiéndose excesivamente en función de determinados objetivos e intereses sin que sepamos los criterios de evaluación. Hay muchas lagunas (por ejemplo, respecto a las baterías de los coches eléctricos, los materiales utilizados para realizarlas…), y esto no es necesariamente negativo, avanzaremos aprendiendo; pero, dicho esto, creo que lo mínimo es seguir un proceso donde los problemas y las realidades estén claramente especificadas. No debemos engañarnos a nosotros mismos.
Y agregaría que hay que cuidar que no suceda algo que quizás ha ocurrido en la arquitectura. Me refiero a que aquello que debería ser un principio con dimensión ética, como es la preocupación por el medio ambiente, haya devenido en una especie de «estilo medioambientalista». Se nos dice que debemos instalar placas solares en la cubierta de los edificios, que hay que desarrollar tecnología más o menos costosas, pero no se nos dice que es mucho más económico orientar correctamente un edificio. Abunda una sobreactuación en las maneras y cierta confusión en los conceptos; aunque, insisto, afrontar el tema medioambiental es absolutamente vital.
¿Qué reflexión te merece la propuesta del urbanismo táctico que ha aplicado el Ayuntamiento de Barcelona?
Mi postura sería muy similar a la que guardo respecto a la «ciudad de los 15 minutos». Vivimos en un mundo convulso debido a los serios problemas que nos afectan y las anécdotas se han vuelto la manera más fácil para brillar en él. El urbanismo táctico es otra de esas posiciones que, a mi parecer, tienen más que ver más con la anécdota que con los fundamentos. Las anécdotas pueden tener el valor de destacar problemas, pero rara vez la solución. Las ciudades no están hechas para resolverse con constantes ocurrencias, sino con análisis serios. Además, ninguna propuesta seria puede implementarse con rapidez. Si algo ha demostrado la ciudad es que cambia continuamente, pero que ese cambio requiere su tiempo de adaptación, de prueba y error.
¿Y cómo abordar el tema de la ciudad en países en vías de desarrollo?
Ese es un problema de otra dimensión. ¿Qué hacemos ante una ciudad como Mombasa, donde uno de los problemas principales es que sus habitantes no tienen acceso al agua? ¿Qué hacemos ante ciudades de África y de buena parte de Sudamérica y Asia, donde el problema de la falta de infraestructuras resulta simplemente aterrador? Ciudades que, por otro lado, afrontan un crecimiento extraordinario a una velocidad enorme.
Me parece que en este caso habría que plantear el tema de la ciudad desde la perspectiva de la generosidad. Hablar de ciudad implicará también hablar de la generosidad entre países. De revisión de la historia. De cambios sustanciales en la estructura económica mundial. De análisis de futuro.
También el tema medioambiental es una cuestión de desigualdades. Un problema de una gran complejidad, pero ineludible.
¿La Agenda 2030 puede ser verdaderamente una solución a estas problemáticas?
En términos medioambientales es más importante que se replanteen las relaciones entre Tercer Mundo y Primer Mundo y que los asuntos de la Agenda 2030 se reorganicen desde un punto de vista más real. Insisto en que no es posible resolver problemas complejos mediante soluciones aisladas. Estamos hablando de problemas que tienen que ver con el cambio radical de la estructura económica del planeta. Seguimos analizando los problemas desde nuestra visión europea. Puedo entender la perspectiva voluntariosa y necesaria que hay en esa visión, pero no nos engañemos: serán necesarias otras medidas de mayor fundamento, ya que los países en desarrollo deben seguir dando de comer a su gente; y, por otro lado, las buenas palabras no van a bastar para modificar la actitud de Estados Unidos o China.
Tampoco el consumismo se detiene.
Porque nuestra condición es esa. Nadie discute el mercado como mecanismo todopoderoso. El neoliberalismo ha reducido, al igual que lo hizo el comunismo, el hombre a cosa, a número, a estadística, y esto no carece de consecuencias. La situación en que nos encontramos no deriva sólo de la evolución material, sino también de la evolución ética o, mejor dicho, de la desaparición de la dimensión ética de la humanidad.
Y la arquitectura, los arquitectos, acaban siendo prisioneros de toda esta coyuntura.
La arquitectura jamás deja de ser consecuencia de la sociedad en la que habita porque siempre se está enfrentando a un contexto real (físico, económico, social…). Yo soy de la opinión de que el mejor material mediante el que hacer una arquitectura atractiva, de servicio, e incluso bella, es la realidad. No soy de esos arquitectos que creen que hay que suprimir la realidad y dedicarse a diseñar objetos más o menos atractivos desde una actitud más especulativa y falsamente creativa. Creo que los arquitectos estamos aquí para ayudar a transformar la realidad y que cualquier problema ofrece una magnífica oportunidad para ello. La arquitectura es consecuencia de la sociedad en la que habita. Dicho esto, lo que yo ruego a los arquitectos es que preserven siempre el interés por subvertir, por dar más, porque esa es la única forma de mejorar esa sociedad que constituye punto de partida.
Pero nos encontramos en un momento en que la dimensión intelectual del arquitecto se ha debilitado profundamente.
Así es, sobre todo después de la crisis de 2008, que cercenó la seguridad económica y productiva de la arquitectura, dando lugar a un desinterés, inmediato, por cualquier perspectiva intelectual o reflexión acerca de qué es la arquitectura para la sociedad. La arquitectura se convirtió casi exclusivamente en un hecho meramente productivo desde las dos vertientes: tanto la conceptual como la relativa a la organización del trabajo. En ese punto apareció la arquitectura de la corporación.
Algo que ya estaba bien asentado en Estados Unidos, pero no tanto en Europa.
Yo diría que en Europa ya estaba igualmente bastante avanzado. En legislaciones como la francesa o la belga había ya un importantísimo componente de ingenierías como agentes con responsabilidad legal sobre el proyecto, pero esa idea de la arquitectura como un hecho esencialmente cultural sí se había preservado particularmente en la Península Ibérica. De hecho, existía una neta diferenciación entre arquitectos y aquellos que construían para el mercado. Hoy, lo único que importa es construir, en el sentido más pragmático de la palabra. Consecuentemente, todo ha cambiado.
Ha cambiado el fundamento y también la manera de organizar la producción arquitectónica, dos aspectos que se influyen mutuamente. Ha surgido también la corporación, algo demoledor y que ha conducido a una situación que, personalmente, considero gravísima: la concepción de la arquitectura como una especialidad más dentro del sistema corporativo, una especialización que nos está reduciendo a ser meros especialistas en fachadas. Esto me parece terrible, porque la arquitectura no es un ejercicio de especialización, sino un ejercicio de síntesis. Es justamente lo opuesto a la especialización, porque maneja muchas variables y, si los arquitectos somos capaces de hacer algo bien, es precisamente ejercicios de síntesis.
Desde la crisis de 2008, a la que siguió la crisis de la COVID-19, es un hecho que la inquietud intelectual de la arquitectura española es más bien escasa.
Esta inquietud, desafortunadamente, no se alienta desde las escuelas de arquitectura en este momento.
La crisis puso en dificultades muy serias a las escuelas de arquitectura tanto públicas como privadas y su respuesta fue un reflejo de las fuerzas y de la realidad que imponían en la sociedad: se rebajó la exigencia para hacer más fáciles las carreras universitarias; se suprimían buena parte de las formaciones técnicas; disminuyó el grado de compromiso. Se desnaturalizó, pues, lo que había sido una carrera amplia, de contenidos muy intensos y que requería de un importante esfuerzo. Las propias escuelas están colaborando con esa idea de que los arquitectos nos convirtamos en asesores de fachada.
En esa cuestión de un debilitamiento intelectual veo también incluidos malos o equivocados intentos de enfocar la arquitectura desde perspectivas teóricas o disciplinares ajenas. Como decíamos al principio, se han instaurado estos nuevos discursos sobre lo social y otros planteamientos que llevan el discurso de la arquitectura al ámbito de las ideologías más radicalizadas y / o tendenciosas. ‘Arquitectos-sociólogos’, ‘arquitectos-activistas’…Y quizá la manera de regresar a una arquitectura que sirva verdaderamente, y también para curarnos de todos estos nuevos eslóganes, sería centrarnos en la tecnología. La arquitectura no debe decrecer, sino ir adelante.
Creo que las soluciones deben partir de las posiciones individuales. Los cambios deben partir de abajo arriba y centrarse quizá en el retorno al conocimiento objetivo: el conocimiento de la técnica, de la materialidad, de la construcción…Lo más cierto e indiscutible de la arquitectura. Ese podría ser un buen punto de retorno, de búsqueda a través de las raíces. Debería hacerse desde la perspectiva de que los medios no pueden confundirse con los objetivos. En este sentido, y como antes dije, la tecnología debe ser medio y no fin. Todo esto debería también adobarse con una sólida formación en historia de la arquitectura y ciencias sociales aplicadas a la arquitectura. Y al hablar de historia de la arquitectura me refiero también a la historia de la construcción y la energía en la arquitectura. Debería proporcionarse un buen conocimiento instrumental de la historia con una formación humanista, que es la que nos permite establecer los criterios, las razones y los objetivos que domina la tecnología.
A mi entender, ahí está la solución. No es una solución inmediata, pero sí me parece que puede ser una solución de futuro.
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