Retrato de Fermín Vázquez: © Rafael Vargas

Retrato de Fermín Vázquez: © Rafael Vargas

Hablemos ahora de esos proyectos de vuestra plena autoría, en los que todas las decisiones quedan enteramente en vuestras manos.

La arquitectura es una rueda de condicionantes que se manifiestan en un mayor o menor grado y que hacen que el arquitecto deba relacionarse con una gran cantidad de personas a fin de que se cree un territorio de comprensión mutua de lo que todo esos agentes están tratando de producir a través de ese edificio para convencernos de que eso que va a llevarse a cabo es lo mejor. Exactamente lo que debe hacerse.

En todos los proyectos el arquitecto está solo y acompañado. La parte de soledad de las decisiones está ahí y la experiencia de esa soledad no es muy distinta cuando uno de tus interlocutores es un colega muy famoso, uno que no es muy famoso o un ingeniero de puertos. Me refiero sobre todo a situaciones en las que los otros interlocutores se encuentran en el mismo nivel de interés por llevar a cabo un buen proyecto que nosotros, sea a gran o a pequeña escala. En ambos casos, las decisiones a tomar serán igual de intensas y valiosas.

«El primer fundamento a tener claro es que no hay que inventar la rueda cada día.»

Renazca: © b720 Fermín Vázquez Arquitectos

La historia más reciente de la arquitectura española está marcada por la crisis económica de 2008 y el estallido de la burbuja durante la que se construyeron esos edificios ícono, como la Torre Agbar, o proliferó la construcción de infraestructuras como el aeropuerto Lleida-Alguaire.

Ante este repentino colapso, los arquitectos debieron reformular totalmente sus estructuras de trabajo, tanto en lo logístico como en lo conceptual. En el caso de b720, vuestro aterrizaje en Brasil en la consecuencia de todo ese súbito y drástico cambio en el estado de las cosas y que os permite proseguir en esa línea de avance en constante evolución y aprendizaje.

Totalmente. Desde su mismo origen, la vocación del estudio integraba la voluntad de ser un equipo extremadamente profesionalizado y que, a la vez, construyera arquitectura interesante.

Por otro lado, creo que habíamos desarrollado un proceso de aprendizaje que nos había convertido en una empresa operando en el ámbito de una economía de mercado. Los arquitectos vivimos esta circunstancia como algo necesario, pero que no es nuestra vocación. Nuestra vocación es hacer arquitectura, pero somos perfectamente conscientes de que debe haber un cliente que la demande. Si además eres, como nosotros, una organización profesionalizada operando el sector servicios, debes estar perfectamente articulada para poder llevar a cabo tu labor de la manera más óptima y responder a un entorno complejo.

La crisis fue una enorme prueba de resistencia para nosotros. En España nunca ha habido estudios profesionales de cierto calibre realizando una arquitectura fiable y de ciertas dimensiones a la manera en que existen en otros ámbitos, como el anglosajón. En aquel entonces nosotros estábamos aprendiendo aún, en cierto sentido. Habíamos aprendido mucho gracias a todos esos proyectos complejos en los que habíamos trabajado y estábamos bien organizados, pero la llegada de la crisis económica y la reducción del volumen de trabajo que conllevó fueron un duro golpe. Sin embargo, superamos esa prueba y, una vez más, aprendimos muchísimo dentro de un entorno cuya visión de la misión del arquitecto es mucho menos empresarial.

Oficinas KNEM: © Rafael Vargas

¿Cómo resististeis?

La llegada de la crisis nos colocó en una situación muy dura y complicada porque llevó a casos en que una estructura que había sido proyectada de una forma determinada debió reducirse y adaptarse.

Fue traumático además porque tenía también que ver con nuestra juventud, en cierto sentido, como he dicho. El estudio había alcanzado un alto nivel de sofisticación y potencia profesional con gran rapidez y, de repente, esa reducción de la demanda de nuestros servicios fue angustiosa, pero dio también lugar a un momento valioso, ya que nos permitió salir de ese ámbito local dentro del cual nos habíamos estado moviendo hasta entonces.

Hubo que hacer ajustes para intensificar la resiliencia del grupo y buscamos ocupación en dos vertientes: Una, generando recursos que permitiera acceder a trabajos remunerados y otra, intelectual, preguntándonos qué había que hacer.

La oportunidad, que también fue circunstancial, fue que habíamos ganado un importante concurso, lo que nos llevó a trabajar en Brasil. Llamamos la atención en un mercado que en aquel momento se encontraba en plena efervescencia, que demandaba arquitecturas diferentes e ideas atractivas. Desarrollamos una importante cantidad de trabajo que en muchos casos no llegó a terminar de materializarse según lo previsto,

Oficinas Polaris North: © b720 Fermín Vázquez Arquitectos

pero que nos mantuvo muy ocupados, también en lo intelectual, y sostuvo económicamente el estudio durante ese periodo delicado.

La crisis tuvo para nosotros muchos componentes positivos.

¿El proyecto para el Mercat dels Encants llega a vosotros tras ese periodo?

De hecho, ese proyecto fue un puente. Habíamos ganado el concurso mucho antes de la crisis, pero su ejecución se dilató en el tiempo y quedó atrapada por la crisis, llegando incluso al punto de peligrar. Esta circunstancia de haberse gestado dentro del espíritu de la pre-crisis como una estructura ambiciosa e icónica (esa palabra que luego acabó convertida en una especie de pecado mortal) es la que lo convierte en un proyecto particularmente interesante.

Nosotros nunca habíamos sido un estudio interesado en ese tipo de arquitectura icónica. No teníamos el menor tipo de ambición formalista, más allá de que estábamos operando dentro de una sociedad que demandaba ese tipo de experiencias arquitectónicas. No obstante, aquí sí creíamos fervientemente en que se trataba de un proyecto que merecía ser singularizado dentro del tejido de la ciudad, y muy particularmente dentro del perímetro de Les Glòries, en esta frontera entre el área reactivada y el área consolidada de Barcelona. Se trataba además de un equipamiento urbano muy particular y con una vocación muy especial. Sin embargo, nos encontrábamos con un entorno que no terminaba de entender muy claramente qué se estaba haciendo allí, por qué y cómo se podía justificar ese gasto ante una sociedad que estaba sufriendo tanto en aquel momento.

Como he dicho, fue un proyecto puente: comenzó a gestarse antes de la crisis y terminó justamente en el momento en que esta alcanzó su pico, punto desde el cual se reanudó la recuperación.

Sede La Matriz de WPP: © Marc Goodwin

A mi entender, Els Encants supone el significado positivo que es posible atribuirle a la palabra “icónico”, y que, como antes has dicho, acabó siendo maldita debido a los excesos y desastres que se perpetraron en su nombre. De algún modo, es una propuesta que constituye una especie de reverso de la Torre Agbar.

Els Encants quiere ser icónico.

Hay edificios que podemos considerar criminalmente icónicos, pero aquí quisimos ser deliberadamente icónicos y lograr que el edificio se singularizara en el paisaje urbano de una manera clara, que se marcara dentro de este como un destino reconocible y diferenciado. Esta singularidad podía justificarse incluso desde un punto de vista funcional.

Pese a algunos detalles que creo que son perfectibles, es un proyecto del que me siento en general muy orgulloso, porque fuimos capaces de resolver un problema muy complejo, puesto que se trata de un lugar que siempre quiso ser un espacio público que debía integrarse bien en la ciudad, sin perder la esencia de lo que era y su función, que puede describirse como poco ordenada, bulliciosa y descuidada.

Hay que agregar además que la ciudad no contaba con él. En el fondo, estaba previsto trasladar este mercado de pulgas a una zona más marginal de la ciudad y que pudiera resistir ese carácter no especialmente elegante que le es intrínseco. Nosotros resolvimos ese conflicto manteniendo ese mercado al pie de donde había permanecido a lo largo de casi cien años, formando parte del perímetro de esa plaza que es la última gran plaza de la ciudad, y que ahora va a ser el núcleo de la gran arteria, de la gran avenida ilustre de esta ciudad. Permanecerá aquí, no dejará de ser lo que siempre ha sido. Es más, va a reivindicarse. Vamos a afirmar que es un elemento mucho más importante de lo que algunos creen.

Está también el hecho de que no era una plaza construida, no era un lugar reconocible como “plaza”, y se trataba de reconocer y entender cuáles eran sus límites.

Es decir, había toda una serie de problemas a resolver además del estrictamente funcional, y creo que el resultado final ha sabido ofrecer muy buenas soluciones. Es un destino que funciona, que ha servido para enlazar otros elementos, ha contribuido a dar forma a esa nueva plaza, a la vez que ha mantenido su identidad y carácter y ha permitido una continuidad en el tiempo, reafirmando y reivindicando su valor. La calidad de ese resultado llevó a que fuéramos convocados a participar en dos concursos internacionales restringidos para diseñar mercados de similares características en París y otro en Sídney. Evidentemente, también recibió críticas al principio, pero han ido menguando, lo cual creo que es una buena señal.

Veinte años de trayectoria a vuestra espalda, con una sociedad transformada en muchos sentidos. Imagino que cuando emprendéis un proyecto como La Sagrera, los condicionantes son muy distintos a los que os encontrabais frente a un proyecto en vuestros comienzos.

Además es un proyecto que se sitúa sobre una secuencia de proyectos muy particular, que ha atravesado además numerosos altibajos a causa de descoordinación entre administraciones, crisis económica, requerimientos de plazos… Muchísimos factores que han hecho sufrir muchas tensiones al proyecto.

Nuestra actuación ha tenido lugar en una de las fases de esa gran empresa en marcha. Nuestro proyecto se sitúa sobre una infraestructura que va a sostener a toda una serie de sistemas públicos de transporte.

En paralelo, somos uno de los equipos participantes en el concurso restringido para la construcción de la nueva estación de Chamartín en Madrid. Otra operación interesantísima porque en ella se ve cómo en la respuesta que fue planteada a principios de la década de 1970 para un entorno que entonces también debía salvarse y que igualmente quedó posteriormente paralizado durante cuarenta años y que ahora ya va a formar parte de este nuevo proyecto. Permite ver aquella estación frente a la nueva; el urbanismo tal y como se entendía entonces y cómo se entiende hoy.

Es muy interesante ver lo potentes que son los condicionantes en torno a este proyecto y cómo hemos llegado a él en un momento clave para imponer otros, que tienen que ver con otra sensibilidad sobre el espacio público, el medio ambiente, la responsabilidad sobre los recursos energéticos y la biodiversidad… Exigencias que hemos de tener muy en cuenta y empujar para que se implanten, aportando así algo tan clave para la vida de la ciudad como es garantizar un futuro sostenible.

Aquí se trata de dar lugar a un proyecto que incite a cambiar todo el modelo de movilidad urbana y de manera de vivir que hemos heredado de un siglo XX que nos estaba abocando a una catástrofe. Si echamos la vista atrás, hoy vemos claramente que había muchas cosas que no estaban ayudándonos a tener una mejor vida.

Respecto a La Sagrera, pese a tener la certeza de que será un proyecto que nunca funcionará perfectamente, porque el grado de complejidad de las limitaciones que lo afectan no permitirá que pueda llegar a ser una terminal cómoda, creo que su inserción urbana va a ser mucho mejor de lo que hubiera sido de haberse planteado el proyecto hace cinco años. En aquel momento había cuestiones, como esas respecto a la sostenibilidad, que no se estaban planteando con una suficiente comprensión de lo que significa una mejora.

Nuestra propuesta es también una continuación de muchas de las otras propuestas planteadas. Todos nos sentimos obligados a elevar el listón respecto a determinados aspectos cuando, tiempo atrás, hubiera sido lo contrario.

Camp Nou

Nou Camp Nou: © b720 Fermín Vázquez Arquitectos

Otro de vuestros proyectos en Barcelona, el Nou Camp Nou, supone otro tipo de desafío que os sitúa también frente a estas cuestiones del profundo proceso de transformación y tránsito hacia otros parámetros que la arquitectura está actualmente atravesando.

No hay tantos grandes estadios de fútbol en el mundo. Contar con la suerte de poder trabajar en un proyecto de estas características es un privilegio, al que se suma la posibilidad de trabajar con un buen equipo de colegas japoneses.

Es además un proyecto que nos sitúa ante una de esas situaciones que a los arquitectos siempre nos gustan: trabajar en un programa improbable.

Uno de los factores complejos que lo definen es que va a construirse sobre un estadio ya prexistente.

Hay muchas infraestructuras de usos intensos que son conflictivas y la tentación para el arquitecto puede ser apartar ese conflicto, extraerlo del tejido urbano y situarlo en un lugar donde, por decirlo de algún modo, no moleste. Esto es algo que, en mi opinión, empobrece las ciudades porque los conflictos son un elemento consustancial a la ciudad. Y que, de hecho, no son tanto conflictos como vida urbana en sí. De vez en cuando hay una gran concentración de personas que van a asistir al partido de un equipo local contra otro, cuyos seguidores también se desplazan a esa ciudad, y la celebración de este encuentro deportivo obliga a los ciudadanos a salir de la rutina urbana habitual: deben tomar recorridos distintos a los habituales, hay más alboroto de lo habitual… Este tipo de acontecimientos son los que hacen una gran ciudad. ¿Cómo domesticar eso? ¿Cómo colocarlo dentro de los límites de “lo civilizado”, “lo adecuado”? De esta manera, la ciudad, una ciudad como Barcelona, no renuncia a esa dinámica fundamentalmente consustancial a ella. Esto me parece clave. Por eso, hay que hacer que ese estudio esté en la ciudad y que, cada vez que haya un partido, esta vibre.

Otra pregunta a la que debe responder el proyecto es cómo rentabilizar una estructura tan costosa cuando no se celebran encuentros futbolísticos, como hacerlo convivir con el espacio público y cómo aprovechar estos recursos en términos de proporcionalidad y responsabilidad por parte del club propietario.

Y no hay que olvidar tampoco la dimensión simbólica. En la experiencia de este espacio al que uno va a emocionarse. Hay que reflexionar sobre cómo hay que gestionar y provocar las emociones en él, cómo se comunica lo que está ocurriendo en él. La presencia de los símbolos y todos los programas añadidos, como el museo, la tienda… Y también, por supuesto, todas esas otras cuestiones técnicas y tecnológicas, e incluso orgánicas, del tipo cómo crece la hierba del campo de juego, cómo se protege y se cubre esa enorme superficie…

b720 ha evolucionado sin separarse de su raíz de origen, aferrado a su compromiso con la honradez profesional y sin estar determinado ni sujeto a ningún tipo de apriorismo, sino de construir en cada lugar desde la coherencia y la respuesta lógica a las necesidades existentes. No ha basado su identidad en el genio de un individuo, sino en la fuerza e inteligencia de un equipo.

Sin renunciar a ese carácter cultural de la arquitectura como arte que tiene un efecto en la vida de las personas, que trasciende lo funcional. Ese carácter es algo que acaba dando una imagen del arquitecto como artista, con una manera de hacer propia y que construye una obra alrededor de un lenguaje concreto o un catálogo de exploraciones y elementos reconocibles. Nosotros, quizá por una falta suficiente de habilidad, siempre hemos preferido mantener una cierta distancia, pero sin renunciar a esa búsqueda. Podría decirse que siempre hemos tratado de ir más allá de los criterios estéticos, emocionales o conceptuales, de la dimensión más etérea del asunto arquitectónico, digamos. Insisto en que creemos que es un componente que debe estar presente, pero no nos obsesiona que lo esté de manera palpable, reconocible. Ninguno de nosotros padece de ese síndrome de la autoría atormentada.

Hay elementos que nos facilitan esta actitud y que proceden de convencimientos propios, como el desinterés en ser formalistas y el hecho de que tanto Ana como yo siempre intentamos mantener a raya los arranques excesivamente intuitivos, como los de esos arquitectos que dibujan un garabato y se aferran a él, algo que a mí siempre me ha producido asombro y escándalo a la vez. En nuestro caso siempre se trata de la lucha contra cierto tipo de intuiciones. El primer fundamento a tener claro es que no hay que inventar la rueda cada día.

Si uno está seriamente comprometido con hacer las cosas mejor, tiene que saber discernir qué es lo bueno y lo malo que se ha hecho anteriormente en situaciones equivalentes. Si uno no domina esta capacidad, es muy poco probable que logre mejorarlo o va a serle mucho más difícil. Por eso, otra obligación es la de realizar un análisis de situación lo suficientemente profundo. Esto no siempre es fácil, porque cada vez se nos da menos tiempo de analizar el contexto de un proyecto, y un contexto siempre tiene muchas capas y sólo cuando estas han sido estudiadas muy a fondo el arquitecto está verdaderamente preparado para imponer otras cosas.

Tratamos de trabajar con la tranquilidad y la certeza de que nada de lo que estamos llevando a cabo se está haciendo gratuitamente. De que, dicho quizá bruscamente, no vamos a dejar cadáveres por el camino sin imponer cuestiones personales, que de hecho son grupales.

Viviendas Buenavista: © Adria Goula

Operar en base a investigaciones, a estudios que a veces hemos buscado en otras partes, se traspone al proyecto con una sensación de seguridad, de que es una libertad que podemos permitirnos. Y que, en realidad, no es tanto una libertad como una obligación. Todo esto es lo que ya es nuestra arquitectura.

Esta filosofía es la que se ha mantenido y en la que no hemos dejado de profundizar. A lo que Ana y yo como fundadores aspiramos es que el estudio trascienda a nosotros, que esta forma de hacer se consolide y siga avanzando en el tiempo, evolucionando en función de las demandas de la sociedad.

En nuestro ser hay una especie de auto-exigencia intrínseca que permea a todos los miembros del equipo, y es en esa auto-exigencia en la que nos gusta reconocernos, más allá de gestos de estilo claros. De hecho, nos preocuparía un poco resultar obviamente reconocibles. Me emociona reconocer la mano de un gran arquitecto, pero, insisto, evitar esto es algo que en este estudio mantenemos muy a raya porque creemos que esa no es la clave de la mejor arquitectura. En muchos casos, puede ser claramente un obstáculo.