Alberto Campo Baeza encarna paradigmáticamente el modelo del arquitecto que sabe construir material e intelectualmente, conjugando en su obra lo clásico con lo moderno. Su arquitectura se sustenta en lo más estrictamente esencial. Entiende el presente desde una perspectiva histórica y cultural cuya mirada se extiende mucho más allá de la arquitectura.
Naciste en Valladolid, pero dices que viste la luz en Cádiz.
Nací en Valladolid porque mi padre estaba cursando allí la carrera de Medicina. Era el pequeño de nueve hermanos, hijos de unos labradores. Cursó su carrera con calificaciones brillantes y en 1936 ganó unas oposiciones al puesto de médico militar. Terminada la guerra, su deseo hubiera podido ser permanecer en Valladolid, de cuya universidad hubiera sin duda llegado a ser catedrático, porque era una cabeza absolutamente privilegiada; sin embargo, la plaza universitaria a la que él aspiraba se le concedió a alguien más adepto al régimen y él fue desterrado a Cádiz en 1940.
Guardo un cariño y admiración enormes hacia Cádiz. Digo poéticamente que «vi la luz en Cádiz», pero sí que literalmente hay algo de eso.
Tu abuelo materno era también arquitecto.
Estudié Arquitectura por influencia de mi madre. Ella aplaudía siempre mis dibujos y me sugería que fuese como su padre. Mi abuelo fue de hecho arquitecto municipal de Valladolid, autor de edificios como el Círculo de Recreo.
Mi padre proponía que me quedara en Cádiz estudiando Medicina, pero, alentado, por los ánimos de mi madre, me vine a Madrid a estudiar Arquitectura cuando terminé el Bachillerato.
Tu extensa carrera te ha permitido ser testigo de muchos de los cambios que se han ido operando dentro de la profesión de arquitecto. De cómo ha ido modificándose la forma de trabajar del arquitecto y la percepción de su papel dentro de la cultura y la sociedad. ¿Cuáles crees que han sido los aspectos más positivos y negativos de esas transformaciones?
Creo que el hecho de que hoy exista un mayor número de arquitectos hace que el trabajo no esté bien repartido.
Respecto a los cambios en la forma de trabajo, cuando yo comencé la escuela, dibujaba aún con tiralíneas. De ahí se pasó al Rotring y a todos los posteriores progresos que han ido dándose. Aquí en el despacho yo trabajo a mano; el resto de miembros del equipo, con AutoCAD. Dibujo a lápiz, a menudo sobre papel cuadriculado, ya que ayuda a controlar las medidas con mucha precisión. No por esto el trabajo es mejor o peor.
No es la tecnología empleada la que otorga firmeza a un proyecto de arquitecto.
Yo estoy firmemente convencido, y es algo que he escrito repetidamente, de que el principal instrumento de un arquitecto es la cabeza. Un arquitecto que tenga facilidad formal, pero no profundidad de pensamiento, es un peligro.
¿Y qué opinión tienes respecto a los cambios que se han ido produciendo en el ámbito de la educación del arquitecto?
Siempre voy a defender la formación porque he sido (o soy) profesor y ejercer la docencia me ha proporcionado muchísima felicidad. Jamás he faltado a una sola clase.
También porque sigo convencido de que la escuela de arquitectura de Madrid sigue siendo un centro donde se brinda una muy buena formación. En más de una ocasión, Kenneht Frampton ha escrito que es la mejor escuela de arquitectura del mundo y creo que no exagera: ofrece una educación muy completa y su profesorado es excelente. Algunos alumnos lamentan que hoy ya no estén «los grandes» entre los profesores, a lo que yo les respondo que, del mismo modo que yo fui alumno de Alejandro de la Sota o Sáenz de Oíza, ellos lo son de Iñaki Ábalos, Jesús Aparicio, Juan Carlos Sancho, Ignacio Vicens…Arquitectos de formidable solidez.
Yo creo que tuve la inmerecida suerte de que mi primer maestro en la escuela de arquitectura fuera Alejandro de la Sota. Ese fue un regalo que me dejó marcado para el resto de mi vida. Sigo estando marcado por Alejandro de la Sota.
¿Qué lecciones aprendiste de él?
Puedo resumirlo en una anécdota que he contado más de una vez. Alejandro de la Sota era un hombre menudo que cada mañana, al levantarse, tocaba una sonata de Bach. Yo quedé totalmente subyugado, abducido por este hombre y creía a pies juntillas todo aquello que él decía. A mitad de curso nos puso un ejercicio basado en un restaurante situado en la bahía de Santander. Todos los alumnos lo resolvieron con propuestas muy wrighteanas y yo hice una caja de cristal con ruedas que iba por debajo del agua. Todos se preguntaban qué es lo que había querido hacer yo y cuando llegó, De la Sota me dio la mejor calificación. Me parece que en esta anécdota se condensa el modo en que conecté con él y que no tiene nada que ver con un término que yo detesto: «minimalismo».
Y, sin embargo, esa es la palabra con la que se ha etiquetado tu arquitectura.
Yo abogaría preferiblemente por el concepto de «ir a lo esencial». Ir a lo sencillo, a resolver los problemas desde las formas más lógicas. La lógica, la precisión, la cabeza son los instrumentos. Y esto es algo que está lejos de los formalismos, de los excesos. Aunque es un arquitecto al que admiro, jamás quisiera parecerme a Gaudí; en cambio, sí puedo sentirme más próximo a Coderch. De cualquier manera, por muy ceñido a lo esencial que sea su trabajo, un arquitecto debe conocer muy profundamente la historia de la arquitectura, sus diversos caminos.
Hace pocos años diseñé una lámpara a la que llamé Triedro. Hace ahora cien años, Le Corbusier diseñó la Casa Ozenfant, una vivienda translúcida cuyo techo es también de cristal, formando un triedro en vidrio. Este triedro es en el que me ha inspirado para el diseño de esta lámpara. Mediante esto quiero decir que es necesario conocer la historia de la arquitectura. Mi Casa Rotonda debe su nombre al hecho de que en ella trabajé con mecanismos de simetrías y dobles simetrías que son palladianos.
Tu respuesta me conduce al tema de la reciente arquitectura de los excesos y el papel del conocimiento de la historia. La tecnología digital permitió a la arquitectura sumergirse en una exploración formalista que sobre todo tenía que ver con la sobreactuación y esa es la arquitectura más cronológicamente próxima a los estudiantes de la actualidad. La carencia de una base de conocimiento histórico hace que una juventud que hoy lee muy poco se deslumbre y tome por novedad cualquier gesto histriónico o aparentemente subversivo que, en realidad, no es tal.
Defiendo firmemente el esfuerzo continuado, el hecho de que un proyecto requiere de muchísimo tiempo y trabajo.
Algo que considero muy preocupante, no sólo en la arquitectura, sino como un problema que afecta a la sociedad en general, es la falta de profundidad. En todos los aspectos se tiende a la superficialidad. Sólo hay que asomarse a los medios de comunicación.
Además, que se dé notoriedad a un artista por haber hecho una barrabasada no es tan peligroso como que se la dé a un arquitecto que comete una irresponsabilidad. Esta sociedad inculta tiene una enorme capacidad para admirar lo carente de profundidad. En el caso de la arquitectura, puede llevar a considerar que lo válido y verdaderamente nuevo es un edificio retorcido. En el caso de las artes donde no existe el factor de la función, como la poesía o la pintura, ni el de la permanencia puede darse un libertinaje que de ninguna manera puede darse en la arquitectura. No hay más que ver ahora la cantidad de edificios de siglos pasados que están restaurándose en Madrid, por ejemplo, y a los que se les está cambiando totalmente la fachada, algo que es totalmente innecesario en muchas ocasiones. El Casino construido por mi abuelo en Valladolid a principios del siglo pasado se mantiene con ligeras restauraciones gracias a que fue muy bien construido. Y esto es algo a exigir.
Construir bien requiere rigor, lógica, seguridad.
¿Crees que requiere también concentrarse para reconocer cuál es la manera en que la profesión hoy debe proteger y dar fuerza a su propia sustancia? Pienso en el mensaje que lanzaba el pabellón español en la Bienal de Venecia de 2021, como una especie de celebración de la incertidumbre que atenazaba entonces a la práctica de la arquitectura, tratando de reencontrar un camino tras el golpe de la crisis de 2008. Personalmente, me parecía un mal mensaje, ya que argüía que el arquitecto debía reformular el enfoque y formas de acción de su labor dentro y para la sociedad. Un mensaje que restaba peso específico a la que es la identidad intrínseca del arquitecto y que además no se correspondía entonces (ni se corresponde tampoco hoy) con la realidad de la arquitectura que muchos profesionales estaban viviendo y afirmando desde su propia práctica.
Estoy de acuerdo. Creo que aquellos arquitectos que estaban trabajando bien, para quienes esa idea de incertidumbre no tenía sentido, eran aquellos arquitectos que no están habituados a aparecer en los medios. Hay muchos arquitectos haciendo frivolidades, convencidos de que están haciendo la verdadera arquitectura. Quienes defendemos una arquitectura más sobria, rigurosa, permanente, evitamos pasarnos el día presentes en los medios.
Eres un arquitecto de reconocidísimo prestigio a nivel internacional. Te diferencia de otras figuras prominentes actuales de la arquitectura que pertenecen más o menos a tu misma generación el hecho de no haber cedido a las ambiciones o tentaciones de la celebridad. No has entrado en la trampa de la sobreexposición mediática ni tampoco has sobredimensionado tu estudio para aumentar el número de proyectos arquitectónicos que salían de él con tu firma para así ganar más poder y fama.
Creo que un gran volumen de proyectos no es necesariamente un mérito. Prefiero estar bien concentrado en una cantidad pequeña de proyectos.
Hay grandes despachos que sí están firmemente comprometidos con realizar una construcción de excelencia, con calidad, cumpliendo rigurosamente con los principios de la firmitas y la utilitas. El tercer principio que marcaba Vitruvio era la venustas, que es el más difícil de lograr de los tres y tal vez es más posible poder concretarlo dentro de una producción contenida. Es algo que sucede en todos los ámbitos, pensemos en la producción pictórica de Velázquez, mucho más corta que la de otros contemporáneos suyos dentro de su mismo entorno.
Un tema muy importante es el de tiempo, del tiempo necesario. El tiempo es absolutamente crucial a la hora de cocinar, por ejemplo. Igual lo es para la arquitectura. El tiempo, la maduración de cualquier creación, es imprescindible.
Y, vinculado a otro sentido del tiempo, la importancia de tener unas ideas claras y bien cimentadas que permitan que el proyecto pueda tener una trascendencia más allá del presente en el que es creado.
Exactamente. Su capacidad de resistir al tiempo. Esa voluntad, aunque no se trate de una manera deliberadamente intencionada, siempre forma parte del trabajo de construcción de un edificio. La capacidad de trascendencia, sobre la que tan bien habla Stefan Zweig en un texto, y que es algo que no sólo concierne al trabajo de los arquitectos.
¿Cómo describirías tu posicionamiento de partida ante un proyecto?
Puede compararse a la manera en que un médico debe tratar con una enfermedad. Un médico establece un tratamiento en función de los síntomas específicos. De igual manera, no voy a encarar el diseño de un bloque de oficinas rodeado de otros edificios y en donde debo cumplir con una normativa estricta que una vivienda individual.
No hay una fórmula previa. Lo que yo hago es escuchar. Escuchar al cliente, escuchar a la normativa, tomar notas…Igual que un médico.
Eres un melómano y también un lector empedernido. ¿Hay algunos libros de arquitectura cuya lectura y relectura constante consideres necesaria?
Sigo leyendo muy a fondo a Le Corbusier y Mies van der Rohe. Continúo teniéndolos como mis verdaderos maestros, sobre todo a Mies. Me resulta mucho más fácil estar cerca de él que de Le Corbusier.
De Mies me interesa particularmente el orden, ese otro gran tema. Los arquitectos ordenamos. Manhattan funciona muy bien porque está ordenada y en su trama se puede hacer lo que sea, al igual que sucede en Barcelona y París. Los responsables de esas tramas han hecho eso que a mí no me gusta llamar «urbanismo», ya que muy pocos urbanistas han sabido profundizar en darse cuenta del hecho de que urbanista es un arquitecto trabajando a otra escala, y su labor es ordenar esa escala capa a capa, atendiendo a cada una de las capas que han ido generando orgánicamente una ciudad. Crear ese orden artificialmente es, en realidad, desordenar.
Mies me interesa justamente por su capacidad de ordenar. De Le Corbusier me interesa su orden más desordenado.
La lectura y relectura, el trabajo de aprender y profundizar en lo aprendido. Volvería de nuevo a esa cuestión que percibo del debilitamiento no sólo del conocimiento sino también de la inquietud por construir el conocimiento que hoy parece ser dominante. Creo que está desapareciendo o, si no está desapareciendo, está perdiendo valor esa conciencia de la necesidad de un trabajo constante y riguroso, severo incluso, de nutrición y construcción del conocimiento.
Estoy de acuerdo contigo.
Hace un tiempo, uno de mis colaboradores en el despacho, confeccionó mi curriculum vitae completo y quedé sorprendido al comprobar la cantidad de cosas que he hecho. He trabajado como una mula; sin embargo, no tengo la sensación de ser nada raro, bien al contrario: siempre he llevado una vida tranquila, sencilla…Hago la compra en Carrefour, en Dia…Es posible vivir con relativo poco dinero, en una austeridad que no hay que entender como monacal, sino como una actitud que permite llevar una vida sencilla.
Crees entonces que no es necesario vivir instalado en un permanente estado consciente de disciplina y autoexigencia, sino que el hacer fluye de una manera más tranquila, acompañando a una vida serena y colmada con lo más indispensable.
Tengo la suerte de que la arquitectura me apasiona, al igual que la docencia, pero siempre de una manera controlada. No sueño con la arquitectura mientras duermo ni tampoco me desvela la arquitectura. Leo mucho, escucho muchísima música…
Creo que obcecarse con la arquitectura es algo que estorba. Nos serviría aquí de nuevo el ejemplo del médico, que, para poder diagnosticar correctamente, debe tener serenidad y calma.
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